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La santificación

Por Luke L. Keefer, Jr.

La santificación significa «ser apartado para Dios.» Dos ideas básicas y correlacionadas se contienen en esto. Una es la consagración en la que los cristianos deben considerarse a sí­ mismos la propiedad de Dios, comprados por el precio de la sangre de Cristo (1 Corintios 6:19, 20). Ellos deben dedicarse a sí­ mismos a hacer Su voluntad en todos los aspectos de sus vidas. Desde el tiempo de su conversión hasta que ellos entren en el mundo de la eternidad, ellos son los siervos de Dios para hacer el trabajo que El les asigne para el bien de Su reino.

El otro concepto es el de la pureza. Porque Dios es santo, si nosotros Le queremos servir en una forma aceptable, nosotros debemos ser santos (1 Pedro 1:15, 16). Los cristianos no pueden vivir más como lo hací­an anteriormente practicando el pecado. Ni pueden permitir que los deseos que una vez motivaban sus vidas determinen su propósito para vivir o la manera de su conducta. Ambos la conducta externa de vida y los móviles intimos del corazón deben ser hechos puros por la gracia de Dios. El poder de Dios y Sus promesas garantizan al cristiano la posibilidad de pureza de corazón y vida (2 Corintios 6:14-7:1; 1 Tesalonicenses 5:23,24; 2 Pedro 1:3,4).

La Voluntad de Dios

Ha sido siempre el deseo de Dios tener un pueblo quien tenga comunión con El y que Le sirva fielmente. Por eso Dios creó la humanidad en el principio. Pero cuando Adán y Eva pecaron, el curso subsiguiente de historia fue alterado. La raza humana perdió su rectitud original. Desde entonces toda la gente ha nacido con una naturaleza pecaminosa y son culpables delante de Dios por sus actos personales de maldad.

Pero Dios en Su grande misericordia y amor eligió el no abandonar a la humanidad a su destino merecido. En vez, Dios envió a Cristo, Su único Hijo, para redimir a los seres humanos de la causa y las consecuencias del pecado. La muerte de Cristo en la cruz proveyó el perdon para los pecados que cada de nosotros ha cometido. Su sangre tambí­en proveyó limpieza de la perversa inclinación a pecar que tenia firme control de nuestros corazones. Subsecuentemente, la resurrección de Cristo de entre los muertos proveyó para que la pena de muerte fuese descartada y en su lugar nos dio en el regalo de vida eterna.

La vida, muerte y resurrección de Jesús hace más que remover los sí­ntomas del pecado. Esta destruye la misma enfermedad de pecado. Con la medicina, nosotros podemos suprimir los sí­ntomas de una enfermedad por algún tiempo, sin realmente curar la enfermedad. O podemos tratar la causa de la enfermedad para que eventualmente la enfermedad y todos sus sintomas desaparezcan. La descripción verdadera de la vida cristiana es la de la gracia de nuestro Señor, la cual trata con la misma raí­z del problema, trayendo salud a nuestras almas. No hay necesidad que nosotros pequemos continuamente.

Dios quiere que Su pueblo experimente Su poder para librarnos del pecado. La meta de Dios es que Sus seguidores aparezcan ante El en salud espiritual perfecta-en alma y cuerpo, sin defecto y sin culpa. La culminacion del proceso de santificación es la glorificación del cuerpo.

La Muerte Santificadora de Jesus

Jesús se hizo humano para redimir la creacion caida. Primero, í‰l demostró que era posible ser totalmente humano y vivir sin pecar. Segundo, en la cruz el Cristo sin pecado tomó sobre sí­ mismo la carga entera de pecado humano-su pena, su contaminación y su poder (2 Corintios 5:21). Mediante Su expiación las consecuencias del pecado se descartan en la vida del creyente. Tercero, Su resurrección victoriosa hizo posible un modo de vida completamente nuevo. Finalmente, con Su don del Espí­ritu Santo, í‰l pone a nuestra disposición el poder para vivir santamente.Un poder que í‰l mismo experimento en los dí­as de Su carne. El cristiano no tiene que esforzarse mas para cumplir la ley santa de Dios,o sentirse siempre frustrado a causa de la presencia persistente del pecado interior. Porque la ley del Espiritu en Cristo Jesús le hace libre de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:1-4).

La Escritura, regocijandose en esta victoria completa de Cristo sobre el pecado, resume Su obra expiatoria como completa en la santificación de Su pueblo (Hebreos 10:10). Para el creyente Jesús «ha sido hecho por Dios sabidurí­a justificación santificación y redención»(1 Corintios 1:30).

El Espí­ritu Santo

Dios es Espí­ritu y los que le adoran en espí­ritu y en verdad es necesario que adoren (Juan 4:24). Dios es santo en Su naturaleza (1 Pedro 1:16). El Espí­ritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, obra al hacer a los creyentes lo qué Dios quiere que ellos sean y qué Jesús hizo posible que ellos puedan ser.

El Espí­ritu Santo es el agente activo en el ministerio de santificación (Romanos 15:16; 2 Tesalonicenses 2:13; 1 Pedro 1:2). Por medio de el Espí­ritu Santo los creyentes no solamente llegan a ser conscientes de pecado pero tambí­en encuentran el poder de Dios disponible para lidiar con el efectivamente (Romanos 8:13). El Espí­ritu produce en la vida del cristiano el fruto de rectitud que es agradable a Dios (Galatas 5:22-26). El Espiritu hace la Palabra de Dios efectiva, nos cambia a la misma imagen de Dios (2 Corintios 3:17,18). El Espí­ritu equipa el creyente con dones espirituales para que el cristiano pueda ministrar con eficacia a la iglesia (1 Corintios 12). El Espí­ritu nos mueve a consagrarnos a la voluntad de Dios y Su obra (Romanos 12:1). El les pone alas a nuestras oraciones (Romanos 8:26, 27; Judas 20), voz a nuestro testimonio (Juan 15:26,27; Hechos 1:8), y corazón a nuestra adoracion (Hechos 2:37-47; Efesios 5:18-20). Esto es lo qué la Escritura significa cuando nos manda a vivir en el Espiritu Santo.

El Papel de los Cristianos

El Espí­ritu Santo capacita a los cristianos para que llegen a ser lo qué Dios desea que ellos sean. Ellos no son participantes irreflexivos, forzados a hacer la voluntad de Dios sin la involucración de sus propia voluntad. La Escritura dice que la santidad es algo que nosotros debemos perseguir con mucha diligencia (Hebreos 12:14; 2 Pedro 1:5-1 1). La santificación viene mediante la verdad de la palabra de Dios (Juan 17:17), pero nosotros debemos someternos a la influencia de la Palabra. Nosotros debemos aliniarnos con Dios contra todo pecado, en acción y en actitud, a fin de que seamos purificados de su influencia corrompida y de su poder (Efesios 4:22-24; 2 Timoteo 2:21).

Nosotros necesitamos orar a Dios para que nos examine y redima de los pecados secretos. Ocultos aún a nuestro conciente (Salmo 19:12-14). Es nuestro deber consagrarnos a la voluntad de Dios (Romanos 12:1,2).

Cuando nosotros nos apropiamos de la gracia que Dios ha proveí­do encontramos que la santificación viene a ser una realidad en nuestras vidas. Hay dos condiciones escriturales: «El Padre celestial dará el Espí­ritu Santo a los que lo pidan» (Lucas 11:13), y «El da el Espiritu Santo a los que le obedecen» (Hechos 5:32). Orando y obedeciendo-andando en la luz como él está en luz (1 Juan 1:7)-purificando y consagrando nuestras vidas delante de Dios, estas son las maneras de realizar la presencia santificadora del Espiritu Santo. Entonces, Dios nos comunica la plenitud de la redención que Jesús ha proveí­do para Su pueblo, una vida que es agradable a Dios.