El cristianismo no se termina el día que recibimos a Jesús como nuestro Señor. Más bien ese día, que todos los creyentes recordamos con emoción, es el comienzo de un camino. Un camino apasionante, lleno de bendiciones, pero también un camino estrecho, en el que hay dificultades y pruebas. Todo ello es necesario para nuestro crecimiento como creyentes. Y es necesario para seguir a Jesús de cerca.
Uno de los primeros escritores anabautistas del siglo XVI lo expresaba de esta manera: «nadie puede conocer a Cristo, a no ser que lo siga en la vida» (Hans Denk).
Un énfasis propio de los anabautistas siempre ha sido subrayar que la justificación por la fe tiene que concretarse en una vida santa, según los criterios del Sermón del Monte. De hecho, los anabautistas llamaron la atención a sus perseguidores, tanto católicos como protestantes, por el testimonio de su vida recta, del amor mutuo, y por su valentía al afrontar el martirio. ¡Alguno de los inquisidores llegó a escribir que tanta santidad no era posible, más que como un engaño del diablo!
Esta importancia del seguimiento ha hecho que los Hermanos en Cristo hayan estado abiertos a aquellos movimientos de renovación que se han ido produciendo a lo largo de la historia del cristianismo evangélico, tales como el pietismo y el movimiento de santidad. En la actualidad, también hay muchas iglesias anabautistas que han recibido un influjo moderado de los movimientos de renovación espiritual.